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viernes, 2 de diciembre de 2011

Capitulo 11: Un fin de año movido y una bonita sorpresa (Carlota)

La mañana de Navidad, también amaneció soleada.
En el tablón de anuncios del salón de Agua, apareció una nota que nos dejó sorprendidos a todos los que nos encontrábamos allí:
Atención:
Se comunica a los alumnos de los cinco departamentos que, a partir del próximo día uno de enero, habrá una nueva habitación en cada departamento. Ésta será el comedor. El actual comedor sólo se utilizará los fines de semana y los días festivos.
Atentamente, Daniel y Fiona Bass.
Directores de Link.


-¡Que notición!- exclamó Erica, parecía contenta.
-¿Por qué?- preguntó Héctor con gesto de duda.
-¿Qué por qué?. Así, apenas veremos a Susana, salvo unos cuantos de días en el comedor y en clases.
-Sólo la veremos lo necesario- dije con una amplia sonrisa.
-Y la pobre chica, se librará de una muerte dolorosa- bromeó Carlos.
Puse los ojos en blanco y me dirigí hacia la puerta de salida de mi departamento para bajar a desayunar. Al llegar, se oyeron muchos murmullos sobre los anuncios que habían aparecido en cada uno de los departamentos.
-Lo bueno de esto es que no tendremos que verle la cara a ciertas personas- dijo Blanca mientras nos dirigíamos a nuestra mesa.
-Tienes muchísima razón, así no tendremos que ver la cara que tienes- dijo Erica en tono irónico y dejando a la otra chica sin palabras.
Carlos le dirigió una sonrisa a mi hermana y nos sentamos a desayunar.
Poco antes de terminar de desayunar, pregunté a todos mis amigos:
-¿Qué tal si seguimos hoy a Roberto?
-A mí me parece muy buena idea- dijo Jorge.
-Pues entonces, empecemos ya, porque Roberto se va- dijo Carlos levantándose y siguiendo con la vista al hombre que, salió del comedor y siguió hacia la izquierda para dirigirse a los dormitorios de los profesores.
Los demás nos levantamos y salimos detrás de él. Lo encontramos a la entrada del pasillo de la izquierda, hablando con la profesora Smith, así que, para que no nos vieran, nos escondimos detrás de una estatua que había a la entrada del comedor.
-Así no podemos seguirlo- susurré.
-Si estuviera aquí Pablo, nos podía hacer invisibles. Sin él, no sé como podemos hacerlo- dijo Héctor.
-¡Claro que podemos!.-exclamó Erica.- Los hechizos de invisibilidad se dan en segundo curso y Jorge ya los habrá dado, ¿verdad?- añadió mirando a Jorge.
-Si lo he dado, pero pueden ver el as de luz que desprende el hechizo- respondió el chico.
-No te preocupes por eso, hazlo rápido y ya está.- dijo Carlos mirando, por un lado de la estatua, a los profesores.
Jorge asintió, levantó su mano derecha y mirando hacia nosotros, susurró:
-¡Invisibilus!- y un as de luz salió de su mano, cubriéndonos a los cinco.
Después, nos deslizamos por delante de la estatua y paramos cerca de Roberto. Lo seguimos hasta que llegó a la planta donde estaban los dormitorios de los profesores y desde allí, a la habitación número treinta y tres. Roberto puso la mano sobre el pomo de la puerta, pero se giró lentamente hacía la derecha, hacía donde estábamos nosotros.
Sonrió.
-No sé por qué os habéis hecho invisibles, sé que estáis ahí- movió la mano y nos hizo aparecer.
-¿Cómo sabias que estábamos aquí?- preguntó Héctor.
-No es muy difícil después de oír a Jorge hacer el conjuro- continuó Roberto- Anda, pasad.
Entramos en la habitación aún sorprendidos. Era bastante espaciosa y estaba decorada con bastantes cuadros, lámparas y cortinas en color azul. Sobre una estantería, había varios objetos mágicos, como un vaso que, si lo tocabas se rompía y luego se volvía a formar; una botella que, al acercarte, desaparecía y otros objetos extraños. En el centro de la habitación había una mesa con varias sillas y, a un lado, una cama.
Roberto acercó las sillas a su escritorio y nos hizo sentar. Preguntó por qué lo seguíamos y Erica, sin pelos en la lengua, le soltó:
-Queríamos saber qué haces aquí.
Roberto soltó una sonada carcajada, que hizo que nos miráramos entre nosotros.
-¿Era eso?. Quería ver como os iba. También, porque os quería contar la verdadera historia de los guardianes.
-Ania ya nos la ha contado- dije.
-Yo la sé desde pequeño- dijo Jorge.
-No creo que haga falta escucharla otra vez- añadió Héctor.
-Héctor tiene razón- dijo Erica apoyando a nuestro amigo.
-Si tiene algo nuevo que añadir a la historia, valdrá la pena escucharla otra vez, ¿no creéis?. No es justo decir que ya la hemos escuchado.- explicó Carlos mirando a Roberto.
Los cinco volvimos a mirarnos y luego, miramos a Roberto, que nos miraba uno a uno y sonriendo.
Erica se cruzó de brazos y de piernas, mientras decía:
-De acuerdo, te escuchamos.
Roberto asintió y empezó a hablar:
-Cuando en el mundo no había divisiones, sólo éste como tal. Los magos, hombres y criaturas mágicas, vivían en armonía. No existía ni la maldad, ni la discordia. Los cuatro dragones de la naturaleza, surcaban los cielos, ocupándose cada uno de su elemento: el Dragón azul, del agua; el verde, de la tierra; el gris, del aire y, el naranja, del fuego. Pero todo esto terminó, pues lo hombres querían el control del mundo. Así que, la unión trilógica, formada por el Rey de la Magia, el Rey de los Hombre y el Dragón naranja, tomaron una decisión: Crear tres mundos a partir de uno.
<<<Cuando Roberto terminó, nos miró que, a nuestra vez, nos mirábamos entre nosotros sorprendidos. Ya habíamos oído la historia, pero no de esta manera. Esta si que era la verdadera historia para lo que habíamos sido elegidos.
Estábamos sin palabras, mirándonos entre nosotros y luego a Roberto. Éste volvió a hablar:
-¿No decís nada de esto?
-Es verdad que la habíamos escuchado, pero no de esta forma- dijo Jorge.
-Simplemente os he contado la verdad sobre los que sois- dijo Roberto.- Ahora, si queréis, podéis iros. Vuestro secreto está bien guardado.
Y sin decir nada, nos levantamos y salimos de allí. Parecíamos idos. Ni siquiera hablamos cuando llegamos a Agua para vestirnos para el baile de Navidad.

Esta vez, el vestido de mi hermana, era de manga francesa y de color beige. El mío, era atado al cuello y de color azul cielo.
Una hora más tarde, nos reunimos con Carlos y Héctor en el salón de nuestro departamento. Héctor nos dijo que Jorge ya se había ido.
-Lo tiene dominado.- dijo Carlos bajando las escaleras para bajar al salón de actos.
-Y que lo digas- dijo Erica apretando un trozo de la falda de su vestido.
Sonreí, pues sabía muy bien lo que pensaba mi gemela.
-¡Que suerte tienen algunas de bailar junto al chico que les gusta- exclamó en cuanto llegamos al salón de actos, que estaba casi lleno, y los chicos fueron a por bebidas.
-¿Por qué has dicho eso?- pregunté.
-No sé... No creo que Carlos se dé por aludido, ¿no?- contestó Erica en el mismo instante en que aparecían Héctor y Carlos.
Fulminé a mi hermana con la mirada.
Después de comer y beber algo, fuimos a bailar. Erica se pasó casi toda la noche mirando a Jorge, aunque cuando no lo veía, estaba muy atenta a Héctor.
A la una de la madrugada, los profesores se pusieron a bailar. Los alumnos nos apartamos para que nuestros profesores pudieran bailar. Incluso vimos a Roberto bailando con la profesora Smith.
Sobre las dos y media de la madrugada, Erica, Héctor, Carlos y yo, nos fuimos hacía nuestro departamento. Noté a Carlos algo molesto y no sabía el por qué. Se pasó casi toda la noche del mismo modo.
-¿Qué te pasa, Carlos?- pregunté mirando a mi hermana y a Héctor imitando a los profesores bailando.
-Nada- contestó pasando por delante mía.
-Si te sucede algo, me lo puedes contar- le dije agarrando al chico del brazo.
-Ya te lo he dicho: no me pasa nada.
-Carlos, por favor...
-¡Que no me pasa nada, Carlota!- exclamó y entró en nuestro departamento.
Cuando yo lo hice, Héctor me miró y se encogió de hombros. Algo me decía que no iba a decirme nada. Oímos un portazo y Héctor dijo:
-Hay que ver como está éste hoy. Nos vemos. Hasta luego. Buenas noches.
-Buenas noches- dijimos Erica y yo.
El cansancio pudo conmigo, así que, en cuanto entré en la cama, me quedé profundamente dormida.

Pasaron seis días y llegó Nochevieja. Aquel día amaneció nublado y con alguna nube que amenazaba con llover.
El tiempo parecía expresar mi estado de ánimo. Me había levantado un poco triste, como desde casi una semana, con la mente puesta en Carlos, mientras recogía la ropa que tenía amontonada a los pies de la cama. Después, miré los regalos de navidad, que estaban metidos en una caja. Me quedé mirando el regalo de Carlos. ¿Qué significaba aquello?, ¿por qué me había regalado aquel cojín con forma de corazón?
-Carlota, ¿bajas a desayunar?- preguntó Erica abriendo la puerta de nuestra habitación y asomando la cabeza por ella.
-¿Qué?... ¡Ah, no!. No tengo ganas- contesté.
-Vale- respondió y cerró la puerta.
Sabía como soy y era mejor no discutir conmigo cuando estaba así.
Me tumbé boca arriba en mi cama, apretando el cojín de Carlos contra mi cuerpo, mientras oía hablar a Erica y Héctor desde el salón:
-¿Carlota no baja a desayunar?
-Dice que no tiene ganas. Oye, Carlos, ¿ha pasado algo entre ella y tú?
-No que yo sepa- contestó Carlos.
-Pues está algo rara desde hace unos días.
-¿Tú tampoco bajas?- oí preguntar a Héctor.
-No, yo tampoco tengo ganas.
-¡Cómo está el panorama!- exclamó Erica- Vamos ya, que Jorge nos espera y vaya ser que nos contagiemos de este ánimo el último día del año. Además, tenemos que ir al Centro Mágico.
Luego, escuché cerrar la puerta, lo que me indicó que se habían ido. Yo empecé a vestirme. Tenía ganas de patinar y así, me olvidaba de ciertos asuntos. Cuando llegué al salón, Carlos no estaba allí. Quizá había ido a desayunar...
Llegué a la pista de patinaje sobre hielo, que estaba en el pabellón de deportes. Cogí unos patines, me los puse y salí a patinar.
No llevaría más que veinte minutos allí, cuando alguien me tocó el hombro. Me sobresalté un poco, pero me tranquilicé al ver que era Carlos.
-¡Ah!. Eres tú. ¿Qué haces aquí?- le pregunté, pues no sabía que también le gustase patinar.
-Me apetecía patinar. Oye, Carlota, ¿te puedo decir algo?
-Claro, lo que quieras- contesté.
-¿Te acuerdas del último baile?. Estuve un poco borde contigo y lo siento mucho. He decidido contarte el por qué de aquello.
-Te escucho.
-Verás, aquella tarde fui a los espejos comunicantes para hablar con mi madre y escuché a Erica hablar con Ania. Le decía que tú... que tú...
-¿Que yo qué?- empecé a impacientarme.
Carlos respiró hondo y dijo, aunque mirando al suelo:
-Que yo te gusto.
-¿Cómo?- aquello me pilló por sorpresa.
-La oí decir que los hormigueos que sentimos aquella noche, fue porque nos gustábamos, no por lo que ella nos dijo.
No podía creerme lo que oía en boca de Carlos. Tendría que pedir explicaciones a Erica.
-Entonces, ¿yo también te gusto?- dije algo sonrosada.
Carlos asintió y dijo:
-¿Es verdad lo que te dije antes?- asentí y él me abrazó mientras decía:- Esto es increíble. Llevamos tanto tiempo conociéndonos y nos pasa esto ahora...
Parecía extrañado, pero a la vez feliz.
Nos miramos durante unos segundos y, luego, Carlos me besó.

Sonreía feliz, pues no me creía lo sucedido en la pista de patinaje, mientras volvía junto a Carlos al instituto a la hora del almuerzo. Nos sentamos separados sólo por mi hermana, que se quedó con un gesto de duda al ver nuestras caras. Héctor y Jorge estaban igual que mi gemela.
-¿Qué ha pasado?, ¿por qué tenéis esas caras?. Chicos, nos hemos perdido algo importante.
-Sólo hemos arreglado una cosa- dijo Carlos mirándome.
Mi hermana nos miró a ambos y usó su empatía. Era fácil adivinarlo, pues sonrió. No dijo nada y siguió comiendo.
Veinte minutos más tarde, Erica abrió la puerta de nuestro dormitorio y esperó a que yo entrase, para disparar sus preguntas:
-¿Qué ha pasado con Carlos en la pista de patinaje?
-Sólo que... que me ha confesado que yo también le gusto.
-¿Y qué más?
-¡Mira que eres cotilla!. Me ha abrazado.
-¿Y nada más?- preguntó con aire inocente.
-Me ha besado.
-¡Lo sabía!. Sabía que pasaría esto. ¿Y te ha pedido salir?
-No, claro que no.
-Pues vaya. Cuéntame todo con lujo de detalles.
Y se lo conté. Mi hermana me escuchaba con los ojos abiertos. Parecía que ella tampoco se lo creía.

Para el baile de nochevieja, me puse un precioso vestido blanco, con un lazo rojo en la cintura, ceñido hasta ella y suelto desde ahí. Me dejé el pelo suelto, sin ningún adorno. Cuando Erica salió de la ducha, situada en una habitación al lado de los dormitorios, dijo al verme:
-¿Qué has hecho con mi hermana?
-No seas tonta, Erica.. Y termina, que llegamos tarde.
Ella sonrió y empezó a vestirse con un vestido palabra de honor, en lila.
Poco después, nos reunimos con Héctor y Carlos en el salón de Agua.
-¿Nos vamos?- preguntó Héctor.
-Si. Presiento que este fin de año va ha ser bueno, muy bueno- dijo Erica empujando a Héctor hacia la puerta.
Una vez que llegamos al comedor, para la cena de fin de año, nos quedamos muy sorprendidos. Estaba muy diferente de lo acostumbrado: de las mesas de los departamentos colgaban faldones con el color de cada uno; había estatuas de diamantes repartidos por toda la estancia; del techo, colgaban los estandartes de los cinco departamentos y, de la mesa de los profesores, colgaba un faldón gris perla con el escudo del instituto.
-¡Qué bonito está!-exclamó una chica de color, del departamento Aire.
-¿Nos sentamos?- preguntó Héctor- ¡Qué hambre, por favor!
-¿Todo el día tienes hambre, Héctor?- preguntó Carlos con una sonrisa mientras nos sentábamos.
-Todo el día no- se defendió el chico, que parecía un poco ofendido.
-Salvo cuando tienes que dormir- añadí viendo como los profesores entraban en el comedor, precedidos por los directores.
-Ja, ja. Qué graciosa.
Sonreí y Erica nos mandó a callar:
-Callaos ya, que la directora va a soltar un discurso.
Y era verdad.
La directora se había puesto en pie y nos miraba a todos, que a la vez, mirábamos hacia ella. Ésta sonrió y empezó a hablar:
-¡Otro año que se va!. Pero el que viene, será mucho mejor. Durante este año, hemos tenido nuevos alumnos y otros que se han ido. Así que, antes del Gran Banquete de Fin de Año, os voy a aburrir un poco- hubo risas-. Durante estos tres meses, han ocurrido muchas cosas. Algunos de vosotros habéis descubierto poderes que, ni siquiera sabíais que teníais y otros, tienen nuevos cargos bajo su responsabilidad, entre otras cosas. Aunque aún nos quedan cinco largos meses de estudios, que seguro que aprovecharéis. Y ahora, no os aburro más. Sólo me queda deciros una cosa: ¡Feliz año nuevo a todos!- cogió su copa y la levantó.
Todos, alumnos y profesores, seguimos su ejemplo.
-¡Feliz año nuevo a todos!.
Después, aparecieron en nuestras mesas, riquísimas comidas y postres, a los cuales, Héctor no les quitaba el ojo de encima.
-Me da pena que ya no vayamos a comer los cinco departamentos juntos.- dije.
-Recuerda que, así, no verás a Susana- dijo Carlos.
-Si, y así no tendrás que matarla- añadió bromeando mi hermana.
Sonreí y seguí comiendo.
Unos cuarenta más tarde, el director nos invitó a ir al salón de actos para despedir el año todos juntos.

Sobre las doce menos diez de la noche, el director habló:
-Sólo le quedan diez minutos a este maravilloso año, así que, coged vuestras uvas y preparaos para el momento.- Y, en la mano de cada uno, apareció una copa con doce uvas. Cada copa tenía el escudo de Link grabado en ellas.
Carlos se acercó a mí, un segundo antes de que Fiona Bass, la directora, hablara. Sólo me dijo:
-Te espero, después de las campanadas, en el banco que hay delante de la entrada de Link. Tengo que darte algo.
-Vale, pero...
-Nada de peros. Puedes estar tranquila que no es nada malo- Carlos sonrió y se perdió entre la multitud junto a Héctor.
No sabía qué misterio ocultaba Carlos mientras la directora hablaba:
-Ha llegado el momento. Suerte y cuidado con las uvas.
Esperamos unos segundos: primero los cuatro cuartos y luego, la uvas.
-¡Feliz Año Nuevo!- gritamos todos los presentes dos segundos después de comernos la última uva.
Acto seguido a esto, miré el reloj del salón de actos. Faltaban cinco minutos para mi cita con Carlos. Me dirigí hacía el lugar de la cita, pero antes, me despedí de mi hermana diciéndole que volvería unos minutos más tarde. Cogí mi abrigo, que estaba junto al de Erica y salí del salón de actos.
Salí al encuentro de Carlos, pero, una vez allí, no lo vi.
-¿Carlos?-lo llamé.
No hubo respuesta, así que me senté en el banco y decidí esperar un poco. A los pocos segundos, una mano me tocó el hombro. Me giré y vi que era Carlos. Noté que escondía su mano izquierda detrás de su espalda.
-¿Dónde estabas?- pregunté levantándome.
-Tenía que recoger algo- respondió el chico, que me hizo un gesto para que me sentara.
Me volví a sentar y esperé a que Carlos volviese a hablar, pero el chico, en ese momento, se limitó a sentarse y a esconder bien lo que tenía detrás.
-Carlota, yo te he citado aquí, para pedirte algo.
-Dime.
-Verás... –sacó lo que tenía detrás, que era una cajita alargada. La abrió y vi que contenía un bonito collar con una estrella de plata. Me miró y dijo:- ¿Quieres ser mi novia?
Estaba segura que me había sonrojado. Agradecí que estuviera oscuro, pues así Carlos no se daría cuenta.
-¿Carlota?
-Si, claro que si quiero- respondí. Cogí el collar y le dije:- ¿Me lo pones?
Carlos asintió y me puso el collar. Luego, me volví hacía él sonriendo y me besó. Más tarde, volvimos al baile donde nos esperaban nuestros amigos.
Cuando me acosté, todavía no me creía lo que estaba pasando. Era como un sueño.

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